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¿QUÉ ES UN PSICOANALISTA?



Cuando lo que nos hace sufrir son nuestros propios pensamientos, emociones o formas de relacionarnos, nos resulta difícil entender o darle una solución a lo que nos pasa, como si lo más íntimo se convirtiese en algo extraño y ajeno que nos domina.

Pero también sentimos la dificultad de que alguien pueda ayudarnos. Esto es debido a que los demás ven nuestros problemas desde el prisma de sus propios afectos, experiencias o ideales. Por ello no nos valen muchas veces las opiniones o consejos que puedan darnos.

Sin embargo, cuando nos sentimos deprimidos, angustiados, confusos... tenemos a menudo la necesidad de hablarle a alguien que pueda escucharnos y la intuición de que solo de esa manera podríamos aliviarnos e incluso curarnos.

Y es que el conflicto psíquico y los síntomas a través de los que este se expresa, necesitan la vía de la palabra dirigida a un otro para que puedan ser elaborados y resueltos. Pero este otro ha de reunir algunos requisitos...

El psicoanalista es el profesional que recibe las palabras de quien acude a él desde un lugar no condicionado por sus propias emociones, pensamientos o criterios personales, así como por ningún ideal y no porque prescinda de ellos, sino muy al contrario, porque le ha sido necesario en su formación elaborarlos y saber suficientemente de ellos como para que no ejerzan una interferencia o un obstáculo en su labor.

Esto es posible gracias a la necesaria preparación, basada en tres pilares: Una formación teórica continuada, la supervisión o control de casos y, el más importante, su análisis personal llevado a cabo con otro psicoanalista.

Solo desde este lugar puede escuchar  la subjetividad del paciente en su singularidad e intervenir en la  dirección adecuada, de manera que posibilite a este el encuentro con los determinantes de su malestar o sufrimiento, el descubrimiento de los resortes en los que apoyarse y la construcción de sus propias salidas y respuestas.

El psicoanalista acompaña y orienta al paciente en un recorrido personal que incidirá sobre las raíces de sus problemas y que le permitirá, en la medida de sus posibilidades y de su trabajo:

  • La superación o el alivio del malestar que le llevó a consultar.
  • Un cambio subjetivo hacia una posición más alejada del dolor y más en consonancia con su deseo.
  • La conquista de un "saber hacer" propio con lo imposible de cambiar.
  • Una mayor satisfacción con su vida.



HIJOS DEL LENGUAJE I



Lo que nos iguala a los seres humanos es aquello mismo que nos hace en esencia diferentes del resto de los seres vivos y también aquello que nos hace únicos a cada uno: El lenguaje. Todos estamos igualmente atravesados por él, por ese lenguaje tan impreciso que no nos da las garantías de un significado uniforme para todos, que no puede eliminar la duda, la inexactitud, la parcialidad... justamente porque es el causante de todo ello. Pero a su vez tan rico que puede dar cuenta de la singularidad de cada uno.

El lenguaje humano es el mediador entre lo que somos como seres vivos y el mundo. No nos es posible una relación directa con este porque no podemos tenerla sino a través de él. Su adquisición nos hizo perder el instinto animal que proporcionaba el vínculo directo con la vida.

Nunca cernirán mis palabras con exactitud aquello que quiero o debo comunicar; es por ello que puedo tener mi propia manera de hacerlo, ya que no sería posible encontrar una única con la que acertar de lleno. Es por eso también que no puedo asegurarme el hecho de ser entendida o aceptada por todos, o por todos de igual manera, o de ser entendida de alguna determinada manera... y si lo pretendo corro el riesgo de entrar en los derroteros de la locura.

La comunicación entre los seres humanos lleva consigo, pues, una falta de garantías; porque no puede ser sin la polisemia y la homonimia, los sinónimos, las acepciones y excepciones, las significaciones exclusivas para uno o para un grupo, las connotaciones y matices, los lapsus, la contingencia, las peculiaridades del momento...O sea, todo lo que puede llevar al malentendido, ese que ninguna normativa puede eliminar; ese que no nos pone las cosas fáciles, pero sin el que tampoco habría invención, poesía, creación, humor, arte..., en definitiva todo aquello que nos permite realmente comunicarnos. Sin el malentendido nos faltaría la vida, la vida subjetiva, esa única posible para nosotros los humanos, la que nos da la singularidad a cada uno, a la vez que el sustrato común de lo que somos. Porque somos hijos del lenguaje.