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DIVERSIDAD Y SINGULARIDAD


"Si dos individuos están siempre de acuerdo en todo,
puedo asegurar que uno de los dos piensa por ambos"
                                                        Sigmund Freud


Creer encontrar en el otro uno igual a nosotros mismos nos da seguridad y nos tranquiliza, en la medida en que proporciona una fantasía de garantía de salvación en relación al abismo que nos separa de los demás en lo más hondo y nos coloca inexorablemente en un lugar de soledad.

Pero cuando intentamos acercarnos a los otros desde este plano imaginario, terminamos encontrando grandes dificultades, en la medida en que vemos revelarse ante nosotros, inevitablemente, los elementos propios de la singularidad de cada cual; llegando estos a resultar incómodos, molestos, a veces  insoportables y dando lugar a situaciones de rechazo, dominio-sumisión, quejas y peleas frecuentes, rencor, odio, guerras...

Entonces, ¿cómo salvarnos del abismo de la soledad? Necesariamente a través de algún tipo de vínculo o de lazo, pero a condición de no buscar en él una garantía.

Aceptar la imposibilidad de una fórmula que  asegure el entendimiento con el otro, aceptar la brecha inevitable del desacuerdo con él, implica la necesidad de tolerar las peculiaridades de su aspecto, su manera de pensar, de vestir, de hacer, de hablar, de gozar...diferentes siempre a las de uno, siempre otras...Nos encontramos con esto de igual manera  en el plano personal y en el social.

Afortunadamente los seres humanos, ante esta dificultad ineludible que nos incumbe a todos, disponemos también de algunas ayudas que nuestra propia condición nos proporciona: Contamos con ciertos “artificios” privilegiados que nos pueden servir para afrontar esta controversia: El amor, el humor, el arte, son algunos de ellos. Nos permiten vincularnos con los otros respetando las diferencias y tolerado las inseguridades y angustias que ellas nos producen. 

Pero estas herramientas participan igualmente de la condición de falta de garantías y solo muestran su posible utilidad en el uso particular que podemos hacer de ellas, en el "caso por caso" y en el "cada vez"... Se trata siempre de soluciones singulares, sirviéndonos de estos "artificios" e incluso, si es necesario, al margen de ellos. A veces puede ser complicado. No siempre es posible, a veces solo con determinad ayuda... 

Así pues, cada uno de nosotros, confrontado como está a la ineludible disyuntiva entre los embrollos con el otro y la soledad, entre la alienación y la separación, lo está también a la búsqueda de sus propias soluciones, a la invención de su manera singular de sostenerse en la vida y en la relación con sus semejantes (perdón, sus diferentes...). 

SOBRE CAPACIDADES DIFERENTES, NECESIDADES ESPECIALES, AMOR, LEY Y OTRAS PARADOJAS.


Sabemos que la carencia que verdaderamente incapacita es la del amor, sobre todo cuando esa carencia ha estado en los orígenes del sujeto. Lo que más nos incapacita o nos discapacita es la falta de amor, porque ello conlleva la falta de tolerancia.

Todos tenemos necesidades especiales, o sea, específicas de cada uno, derivadas de la singularidad de cada cual. Somos singulares y únicos porque no hay una norma que dicte cómo tendríamos que ser. Si así fuese, esto nos unificaría y borraría las diferencias. O sea, que "lo normal" no existe. Los resultados que podríamos obtener en los test y los baremos a través de los que a veces intentan medirnos, hablarían, en todo caso, solo de nuestra singularidad.

Lo que sí debe preocuparnos es lo que puede enfermarnos o hacernos infelices. Y esto viene asociado, de una forma u otra, al rechazo a uno mismo y al rechazo a otros. Esto puede ocasionar un gran sufrimiento en algunas personas, incluso trastornos y enfermedades psíquicas que pueden llevarles a buscar ayuda. Pero estos trastornos tienen relación, no tanto con las capacidades limitadas (que, por otra parte, siempre lo son) de la persona que enferma o sufre, como con su grado de exigencia consigo mismo y con los demás. O sea, el mayor sufrimiento no proviene, en la mayoría de las ocasiones, de los problemas derivados directamente de las limitaciones, sino del rechazo experimentado hacia estas, como consecuencia de una falsa premisa, de un malentendido, consistente en que ellas, las limitaciones, no deberían existir porque podrían no existir. De ello se puede derivar una vivencia generalizada de fracaso, sentimientos de baja autoestima, autorreproches continuos y rechazo a los otros por sus limitaciones o errores. Esto puede ocurrir en personas con todo tipo de capacidades.

Todo ello no puede entenderse sin volver a la idea de que lo normal no existe: Respecto a una supuesta norma que nos igualaría y estandarizaría, todo lo que pienso, hago, siento o decido va a ser erróneo. Esa norma es un imposible frente al que todos fracasamos o un ideal del que un individuo o un grupo puede hacerse el garante y ante la que cualquier otro es rechazado hasta el odio por insuficiente o distinto. Y en este caso, "erróneo o defectuoso" y "distinto" son la misma cosa. Esta es la base de todo fundamentalismo y segregacionismo.

El amor nos es tan necesario porque va de la mano de la tolerancia, lo que no quiere decir de la permisividad. Tolerancia es tener en cuenta las limitaciones y dificultades de cada uno y de las situaciones, es admitir que no se puede todo. La permisividad tiene que ver con la ausencia de ley, o sea, de límites; permitir todo lleva a pretender poderlo todo, lo que la sitúa, paradójicamente, en el polo opuesto de la tolerancia. Y no es casualidad que el amor y la ley van de la mano. La ley es aquello que regula los límites: Esto se puede, esto no... La ley es amiga de la tolerancia, ambas apuntan a que no todo es posible. Por ello, lo mejor que puede ocurrir es que la autoridad y el amor nos lleguen del mismo lado.