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HIJOS DEL LENGUAJE II



La causa última del malestar psíquico está en aquello mismo que nos constituye como sujetos, es decir, como seres humanos: El lenguaje. Por ello, este malestar es inherente a lo que somos y no podemos deshacernos por completo de él, aunque sí encontrar formas de alivio y de "saber hacer" con lo que nos sucede y con lo que resta después de un trabajo de cura. Por ello también, el tratamiento de este malestar debe pasar necesariamente por la palabra.

La palabra, que siempre proviene o se dirige a un otro, es el mediador de lo que nos ocurre con los demás. Según Jacques Lacan, llegamos a este mundo inmersos en un baño de lenguaje. El lenguaje nos precede; antes de que nuestro cuerpo esté, están ya las palabras que nos nombran...o no, que nos nombran de una manera o de otra, lo que tendrá consecuencias siempre.

Las palabras pueden herir y pueden curar, pero más allá de esto, podemos decir que es el lenguaje el que nos enferma en lo psíquico, porque siempre lleva consigo el malentendido, siempre es equívoco, no puede cernir con precisión aquello que pretende representar. ¿Por qué esto es así? ¿Y por qué sería una razón para enfermar? La búsqueda de las respuestas a estas preguntas nos lleva necesariamente a la cuestión de los orígenes del lenguaje tanto en el plano filogenético, o sea, de la especie, como ontogenético, del individuo. Quizá con ello podamos estar apelando al mayor enigma de todos los tiempos, ya que, si es el lenguaje el que nos diferencia y nos constituye como especie, estaríamos preguntándonos tal vez por el famoso "eslabón perdido"…

La pregunta de cómo fue adquirido el lenguaje nos remite al interrogante sobre la adquisición de la capacidad simbólica y representativa. Ella consiste, básicamente, en la sustitución de la realidad por significantes o imágenes que eliminarán el mundo real, el cual solo va a poder existir ya a través de ellas para aquellos individuos que hayan adquirido esta capacidad. Se trata del denominado "pensamiento abstracto": podemos describir con palabras o dibujar algo sin tenerlo presente, pero aun teniéndolo, el hecho de que no haya dos personas que lo hagan de la misma manera, tratándose de un mismo objeto real, da muestras de que la relación directa con el mundo se perdió para los seres hablantes.


Pero muchos animales utilizan signos para comunicarse y podemos preguntarnos si eso es "lenguaje". Si llamamos lenguaje, por ejemplo, al complejo sistema de comunicación de las abejas o a la danza de cortejo de algunas aves, solo podemos hacerlo “metafóricamente”, ya que no es un verdadero lenguaje. ¿Por qué? Porque lo que en él funciona es un código universal e invariable; o sea, un símbolo representa un solo real siempre para todos los miembros de la comunidad y un real es representado siempre por el mismo símbolo. En este sistema de correspondencia biunívoca no hay lugar para el equívoco y no se hace necesaria la interpretación. 


Estos códigos permiten a los individuos su experiencia directa con el mundo en cada momento. Se trata del instinto, que garantiza el buen funcionamiento y la supervivencia de la especie; eso que al humano le falta, eso que perdió al constituirse como tal en el proceso de la adquisición del lenguaje. O sea, que podemos decir que aquellos individuos que en la escala evolutiva adquirieron la capacidad simbólica perdieron el instinto y no por casualidad, sino porque una cosa implicó la otra.

Será necesario que focalicemos nuestra atención ahora sobre el individuo humano que acaba de llegar al mundo, pero en el plano ontogenético, o sea sobre el neonato. Pensemos en qué condiciones llega. ¿En qué condiciones llagamos al mundo? De total desvalimiento, podíamos decir. Ningún otro ser vivo necesita tanta ayuda de sus semejantes para sobrevivir cuando nace. Llega sin el instinto que guía a otros mamíferos a buscar el alimento, sin la capacidad de movimiento o de orientación mínima para poderlo hacer. 


Se habla, en este sentido, de la "prematuración humana”, aludiendo a que el ser humano nace siempre prematuro y, por tanto, inmaduro, en comparación con los individuos del resto de las especies. Esta condición, que lleva consigo la carencia del instinto, de la que también está afectada la madre y el resto de sus semejantes, hace necesaria otra vía alternativa que posibilite la supervivencia, a través de la cual la satisfacción de las necesidades debe ser demandada a un otro que deberá responder a ellas. Pero, ¿de qué manera? interpretando esa demanda, ya que, por todo código para comunicar, el nonato tiene el llanto: Llanto para pedir comida, para pedir abrigo, para expresar dolor...Y más adelante, otro tipo de expresiones, de gestos, de sonidos, a los que el otro siempre responderá en función de su propia “lectura”, cosa que no cambiará cuando lo que emita sean palabras. Esta es la esencia del lenguaje, de ahí sus equívocos y malentendidos; base, por ello, del malestar y del sufrimiento psíquico, que, debido a esto, nunca es sin los otros.

Cabe preguntarse si los elementos básicos que condicionan la adquisición del lenguaje en el sujeto son también los que dieron lugar a este mismo lenguaje en la evolución de la especie: Una gran inmadurez biológica en la llegada al mundo de unos individuos, que los coloca en situación de desvalimiento y dependencia extrema de sus semejantes, de tal manera que su supervivencia les confronta con la necesidad imperiosa de tener que “entenderse”. 

Si somos hijos del lenguaje, podemos decir que el lenguaje es hijo de este desvalimiento primario, del que conservamos la herencia. Tal vez se llegue a hacer necesario no olvidar esto que nos hizo ser para poder continuar nuestra andadura por el mundo.





¿QUÉ ES UN PSICOANALISTA?



Cuando lo que nos hace sufrir son nuestros propios pensamientos, emociones o formas de relacionarnos, nos resulta difícil entender o darle una solución a lo que nos pasa, como si lo más íntimo se convirtiese en algo extraño y ajeno que nos domina.

Pero también sentimos la dificultad de que alguien pueda ayudarnos. Esto es debido a que los demás ven nuestros problemas desde el prisma de sus propios afectos, experiencias o ideales. Por ello no nos valen muchas veces las opiniones o consejos que puedan darnos.

Sin embargo, cuando nos sentimos deprimidos, angustiados, confusos... tenemos a menudo la necesidad de hablarle a alguien que pueda escucharnos y la intuición de que solo de esa manera podríamos aliviarnos e incluso curarnos.

Y es que el conflicto psíquico y los síntomas a través de los que este se expresa, necesitan la vía de la palabra dirigida a un otro para que puedan ser elaborados y resueltos. Pero este otro ha de reunir algunos requisitos...

El psicoanalista es el profesional que recibe las palabras de quien acude a él desde un lugar no condicionado por sus propias emociones, pensamientos o criterios personales, así como por ningún ideal y no porque prescinda de ellos, sino muy al contrario, porque le ha sido necesario en su formación elaborarlos y saber suficientemente de ellos como para que no ejerzan una interferencia o un obstáculo en su labor.

Esto es posible gracias a la necesaria preparación, basada en tres pilares: Una formación teórica continuada, la supervisión o control de casos y, el más importante, su análisis personal llevado a cabo con otro psicoanalista.

Solo desde este lugar puede escuchar  la subjetividad del paciente en su singularidad e intervenir en la  dirección adecuada, de manera que posibilite a este el encuentro con los determinantes de su malestar o sufrimiento, el descubrimiento de los resortes en los que apoyarse y la construcción de sus propias salidas y respuestas.

El psicoanalista acompaña y orienta al paciente en un recorrido personal que incidirá sobre las raíces de sus problemas y que le permitirá, en la medida de sus posibilidades y de su trabajo:

  • La superación o el alivio del malestar que le llevó a consultar.
  • Un cambio subjetivo hacia una posición más alejada del dolor y más en consonancia con su deseo.
  • La conquista de un "saber hacer" propio con lo imposible de cambiar.
  • Una mayor satisfacción con su vida.