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HIJOS DEL LENGUAJE I



Lo que nos iguala a los seres humanos es aquello mismo que nos hace en esencia diferentes del resto de los seres vivos y también aquello que nos hace únicos a cada uno: El lenguaje. Todos estamos igualmente atravesados por él, por ese lenguaje tan impreciso que no nos da las garantías de un significado uniforme para todos, que no puede eliminar la duda, la inexactitud, la parcialidad... justamente porque es el causante de todo ello. Pero a su vez tan rico que puede dar cuenta de la singularidad de cada uno.

El lenguaje humano es el mediador entre lo que somos como seres vivos y el mundo. No nos es posible una relación directa con este porque no podemos tenerla sino a través de él. Su adquisición nos hizo perder el instinto animal que proporcionaba el vínculo directo con la vida.

Nunca cernirán mis palabras con exactitud aquello que quiero o debo comunicar; es por ello que puedo tener mi propia manera de hacerlo, ya que no sería posible encontrar una única con la que acertar de lleno. Es por eso también que no puedo asegurarme el hecho de ser entendida o aceptada por todos, o por todos de igual manera, o de ser entendida de alguna determinada manera... y si lo pretendo corro el riesgo de entrar en los derroteros de la locura.

La comunicación entre los seres humanos lleva consigo, pues, una falta de garantías; porque no puede ser sin la polisemia y la homonimia, los sinónimos, las acepciones y excepciones, las significaciones exclusivas para uno o para un grupo, las connotaciones y matices, los lapsus, la contingencia, las peculiaridades del momento...O sea, todo lo que puede llevar al malentendido, ese que ninguna normativa puede eliminar; ese que no nos pone las cosas fáciles, pero sin el que tampoco habría invención, poesía, creación, humor, arte..., en definitiva todo aquello que nos permite realmente comunicarnos. Sin el malentendido nos faltaría la vida, la vida subjetiva, esa única posible para nosotros los humanos, la que nos da la singularidad a cada uno, a la vez que el sustrato común de lo que somos. Porque somos hijos del lenguaje.